lunes, 20 de mayo de 2013

Mandinga, Veracruz




Como tantas otras veces decidimos ir
 a comer a Mandinga, Veracruz, uno de mis sitios preferidos para comer mariscos  por su frescura, por su precio y por la alegría que hay en ese mágico lugar.

Te recomiendo comer en el Restaurante “El Típico de Mandinga” y probar los deliciosos camarones con ostiones enchilpayados, que se acompañan con arroz  blanco. Los precios de los platillos son muy accesibles además de que sirven porciones generosas. La mayoría de los restaurantes se localizan a la orilla del río, lo cual vuelve la experiencia increíble porque es posible refrescarse con la brisa.

Durante la comida no puede faltar escuchar el son jarocho, interpretados por verdaderos artistas locales que comparten su música por unos precios realmente económicos.  Jarana, arpa y el zapateado arriba de una tabla son la alegría del lugar. Así mismo algunos vendedores se acercan para ofrecerte los dulces típicos de la región, cocadas, tamarindos enchilados, alegrías, jamoncillos son postres que podrás comprar en la comodidad del restaurante.

También puedes encontrarte con que alguien te tome una fotografía y a los 20 minutos ya estarás inmortalizado en un llavero, los costos de este recuerdito oscila entre los 20 y 30 pesos. Collares, abanicos, cucharas de madera, separadores y un sinfín de souvenirs podrás adquirirlos ahí mismo.




Paseo en Lancha

          
 
Un lanchero se acercó para ofrecer sus servicios, me comentó que si estaba interesada en el paseo me costaría $250 pesos por 45 minutos de visita a los manglares. Por un momento creí que era por persona, pero me dijo que era por las 3 personas que íbamos. Sin dudarlo ni un minuto ya estábamos arriba de la lancha. La sensación de libertad es increíble, poco a poco nos vamos adentrando en los manglares, pasamos por un túnel que nos llevó a ver los tesoros escondidos de nuestra Riviera Veracruzana. Alfonso (el lanchero)  nos platicó algunas historias del lugar, también dijo que la parte más honda mide aproximadamente 4 metros.

 Por fin llegamos a la Isla de las Conchitas, muy pequeña pero con una belleza espectacular  y como su nombre lo dice llena de conchitas de color blanco, coral y verde. Para suerte nuestra, la isla entera  fue para nosotros. Cuando bajamos de la lancha Alfonso buscó un ostión, lo abrió y me dijo que lo comiera, debo confesar que nunca lo había hecho, cuando lo probé me encantó, delicioso y con sabor a mar, fresco y  salado.  Tomé todas las fotos que quise y la plática con el lanchero fue de lo más agradable, esos 45 minutos que nos habían prometido se convirtieron en hora y media.


Ya de regreso el lanchero me dijo: “Eres un sol”, fue un piropo tan honesto, me comentaba que muchos paseantes no hablan con ellos y que a veces los callan, la verdad es que nadie se debería perder la experiencia de platicar con ellos. Nos hicimos amigos y prometimos volver. Comparto con ustedes algunas  fotografías.

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